El pasado sábado fui a una boda y no conocía a nadie…iba en calidad de ayudante fotográfico, o lo que es lo mismo, de carga cosas. La boda se celebró en la iglesia de Santa María y fue algo espeluznante para mí. No fue cosa de las horribles pamelas que llevaban algunas, ni de los zapatos con pompones en las puntas, no. El asunto estaba en que tenía que subir a la parte de arriba de la iglesia, donde había unos balcones que estaban a una altura de entre un piso y dos, para colocar el trípode de la cámara.
Así que ya podeis imaginarme cargando con un trípode en una mano, la maletita de la cámara medio llena en la otra y pasando por unos pasillitos de unos 50cm con una barandilla metálica que me llegaba por la cintura además de que parecía que iba a caerse. El peor tramo fue un par de escalones que tuve que subir dejando la maravillosa barandilla a la altura de mis rodillas. Me recuerda a cierta película…mmm Vértigo?? 😛
Después vino la comida, donde conocí a Conchi, la mujer de uno de los primos de la novia que casualmente es profesora en la UA y a la hermana de éste, Núria, ambas realmente muy simpáticas. Así que me lo pasé muy bien hasta que la gente decidió ponerse a bailar jejejeje (algunos se abstuvieron sabiamente). Música que no generaba en mí ni un mínimo impulso a moverme era bailada por personas de más de 50 años….bueno, el problema no era la edad, sino que me quedé perplejo al ver lo que hacían algunos….pero eso queda para mis pobres retinas.
Algo que merece la pena destacar sobre lo que se habló durante la comida fue lo que dijo el marido de Cochi. Él es informático y según comentaba no estaba completamente satisfecho con su puesto de trabajo, pues lo que él quería era especializarse y no lo estaba consiguiendo, pues quedaba relegado a resolver problemas de cualquier índole, desde programación hasta la configuración de Outlook. Eso me dió que pensar.