La tierra pulverizada llenaba el aire por todas partes haciendo imposible respirar otra cosa, todo por culpa de aquel viento de poniente y el fuego enemigo que, con cada impacto de sus morteros, levantaba el terreno de la zona dejando cráteres de varios metros de diámetro.
No sabía si iba a salir de aquello con vida. Estábamos atrapados entre el enemigo y un enorme lago que no podíamos cruzar por falta de medios, a no ser que dejásemos a todos aquellos heridos que habían sido nuestros hermanos durante aquellas últimas semanas y tratásemos de atravesar a nado aquellas aguas que parecían estar a punto de congelarse.
Sin otra alternativa más que la de enfrentarnos con nuestras armas a un destino que tomaba un rumbo más bien fúnebre, nos reunimos aquellos que aún teníamos suficiente fuerza para sostener un rifle, a penas una veintena.
– Estamos muertos, muy muertos – la voz de Tomás temblaba -, no vamos a poder salvar el pellejo, tenemos que huir.
– ¿Y dejar a nuestros compañeros tirados aquí? – Juan hablaba con desprecio -. Tirados en un lodazal y muertos de frío ¿es así cómo te gustaría dejar a tus amigos?Tomás agachó la mirada al suelo, avergonzado por su propio miedo mientras Juan continuaba hablando.
– Moriríamos intentando cruzar el lago a nado, el agua está casi congelada y hay más de dos kilómetros hasta la otra orilla, eso si los vigías nos nos descubren y nos revientan a cañonazos.
– Enfrentémosnos a ellos de noche, cuando no se lo esperen – Oscar no era el más espabilado de nosotros, todavía no sabíamos cómo había conseguido llegar vivo hasta ese día.
– ¿Estás loco? Somos un puñado contra un ejército, sólo es necesario que alguien nos descubra haciendo una incursión para que nos dejen como un colador – Víctor ponía las cosas en su sitio, tenía sensatez además de músculo, algo difícil de ver en aquellos tiempos.
– ¿Es que no va a venir algún tipo de refuerzo? – Tomás volvía a farfullar tembloroso.
– Nos deben creer muertos a estas alturas y no tenemos medio de comunicación alguna, destruyeron todo el equipamiento de la base en el primer ataque.Juan nos hizo recordar por un breve momento aquel inesperado ataque que acabó con nuestra base y que nos hizo retroceder varios kilómetros perdiendo una increíble cantidad de hombres. Nadie sabía cómo habían salido de la nada, sólo sabíamos que alguien nos había vendido y el día que supiésemos quién, lo pagaría con su sangre.
– Lo que no entiendo es por qué no han venido ya a por nosotros, nos podrían arrasar en cuestión de minutos, no tenemos manera de hacerles frente – era Manolo el que hablaba esta vez, el más joven de todos con apenas 17 años.
– Quieren que nos entreguemos, nos quieren con vida por algún motivo pero antes prefieren extenuarnos, rompernos psicológicamente y agotarnos físicamente.Víctor expuso con aquella última frase algo que nos resultaba inquietante a más de uno, la finalidad de aquella tortura sin sentido. Qué podríamos albergar en nuestra vida para que no nos quisiesen dar muerte.
Tras una pausa de silencio me decidí a hablar:
– Creo que sé cómo salir de esta. Sólo voy a necesitar un destornillador y algo de barro.
– ¿Qué…? ¿un destornillador y…barro? – Oscar mostraba la mandíbula desencajada tras mi afirmación – ¿qué pretendes hacer?
– Pretendo mandarlos de vuelta sin tener que disparar ni una sola bala.
– Abuelo, que esto ya está y que esa historia ya la conozco, que me la has repetido un montón de veces – Juanma, el nieto postizo de Antonio, experto en todo aquello que te vendiesen con manual de instrucciones, interrumpió su gran e inédita historia.
– ¿Ya has terminado con ese trasto? estás hecho todo un juanker de esos…
– Sí sí, todo un hacker. A ver, el móvil que me has traído y del que no quiero conocer su procedencia, tiene en llamadas recientes un par de números. Uno de ellos es a un móvil que no he conseguido saber a quién pertenece y el otro es un fijo que parece pertenecer a «Campo Amor, el Hogar del Pensionista».
– Por supuesto, ahora todo empieza a encajar.
– No sé que estarás encajando pero me prometiste una recompensa por este trabajito.
– Tienes razón Juanma, y un hombre siempre cumple su promesas – a la vez que pronunciaba éstas últimas palabras, más importantes de lo que su joven nieto podría creer, puso sobre la mesa las navajas de acero albaceteño de El Monje.
– Mola – la sonrisa de Juanma fue indescriptible y halagador para un pobre anciano que lo único que busca es su hueco en la juventud actual.
– Y bueno, ya que había empezado con la historia voy a continuarla porque seguro que no sabes lo que pasó después.
– Goddd….que sí, que te ensuciaste, te cargaste de herramientas para hacerte pasar por mecánico del otro bando, aprovechaste para desmontar cada tornillo y tuerca del campamento enemigo y que aquello empezó a degenerar en algo bastante grotesco. Tiendas de campaña, coches, tanques, morteros y hasta los clavos de las cajas de la munición sufrieron tu ataque. Vamos, que hasta el capitán de la tropa no pudo ponerse las gafas de sol porque «perdió» los tornillos.
– Si lo resumes así sí, más o menos ocurrió de esa forma…
De nuevo, halagado por el hecho de que su nieto postizo le escuchase y una sonrisa en su interior, Antonio puso su punto de mira en El Hogar del Pensionista. Sin embargo, antes de tomar una decisión precipitada tendría que ver al Oráculo, aquel poderoso ser capaz de arruinar a la más poderosa de las personas con sólo unas palabras.