Permanecía sentada frente a mi a los pies de la cama, con su guitarra acústica sobre sus piernas dispuesta a sonar de nuevo. Se retiró el pelo de la cara, posicionó sus manos sobre las cuerdas e hizo sonar unas notas. En seguida comenzó a agitar su mano derecha y a desplazar la izquierda sobre las cuerdas de la guitarra haciendo sonar un melódico sonido que fue acompañando con su propia voz en una suave canción.
Pero el ritmo cambiaba, la velocidad de las notas crecía y ella alzaba su aguda voz dejándola en un controlado grito al aire, para después descender de nuevo a la pausada melodía. Y cuanto más avanzaba la canción más intensa era, con mayor fuerza pronunciaba el estribillo en el que dejaba escapar un hilo de voz al final. Sin embargo, a la vez mantenía la suficiente serenidad como para hacer flotar mi mente con cada una de sus palabras.
Y es que sabía llegar hasta mi, mantenerme cautivo bajo sus ojos…valiéndose de su música para ello.
Y es entonces cuando te mira con ojos de gacela y te grita con una profunda voz gutural: «Somos legión»… pero para cuando termina, ya te ha devorado… ¿no?
(a estas horas de la tarde/noche se me empieza a ir la pinza, ¿se nota? umh, ¿dónde estarán mis pastillas?)