El otro día hablaba con mi hermana sobre las reglas establecidas, sobre las cosas que se suponen que están bien y las que están mal y quién es el que lo decide. Llegamos al «tu libertad termina donde empieza la del otro«.
Pero no quedamos satisfechos y empezamos a hablar de los principios de cada persona, aquellos límites que de alguna forma confinan nuestras acciones. Concluimos que ese confinamiento nos es dinámico; conforme vamos viviendo va cambiando, aceptamos cosas que jamás hubiésemos aceptado y negamos otras que sí hubiésemos aceptado. Y no significa que no tengamos principios firmes, más bien significa que dejamos nuestra mente abierta.
Pero no todo cambia con tanta facilidad. Hay ciertas cosas que no pueden ser alteradas, que nacen de la persona y que forman parte de ella hasta el día de su muerte. El carácter es una de ellas, que si bien se puede pulir a lo largo de la vida, sostiene su esencia intacta.
La forma de entender la vida, de interactuar con ella es otro componente que define nuestros principios. Mientras hay algunas personas que anteponen la familia a lo material, hay otras que no saben mirar más allá de lo que el dinero puede comprar. Simples principios que te pueden hacer vivir una vida totalmente diferente.
Así que cada uno es como es y cambiar se puede, fingir también, pero siempre queda algo que no puedes esconder.
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