Aquella noche caí al agua y el mundo enmudeció. Mis ojos se fueron entornando hasta cerrarse por completo, mi mente se desvaneció aletargada en la inmensidad del océano, en su silenciosa armonía, mientras el agua salada sepultaba mi cuerpo en un abrazo de profunda oscuridad.
El lastre agarrado a mi cintura me arrastraba lentamente al fondo, pero no me importaba, me hallaba embriagado por la sensación de estar a merced de mi propia suerte sin tener la necesidad de intervenir, sólo me tenía que dejar llevar. Toqué fondo a pocos metros, pero la oscuridad y las turbias aguas parecían evocar el confín del mundo.
Noté que de mi cabeza brotaba la sangre de una herida. Entreabrí los ojos y allí estaba mi rojizo plasma mezclado como un tinte para toda aquella agua. Y fue entonces cuando algo me arañó bruscamente las piernas, como si algo hubiese querido tirar de mi y lo único que fui capaz de discernir fue una gran sombra agitando violentamente el entorno.
En un esfuerzo por intentar sobreponerme a la dulzura y el descanso en el que me hallaba, pude discernir a unos metros la figura de una grácil mujer que se desplazaba alrededor de mi rápidamente agitando sus piernas. En una fracción de segundo, ante mi total desconcierto, nuestras miradas se cruzaron y me habló sin mover sus labios, sin que nada me llegase al oído, simplemente entendí a través de su rostro enturbiado por la oscuridad y su largo cabello ondeante.
Aquel ser que parecía haber estado esperándome allí desde siempre para decirme aquello que sólo mi mente supo escuchar, alargó su brazo hacia mi, tocó con su índice en mi pecho y el lastre que llevaba enredado en mi cintura cayó, levantando una cortina de arena proveniente del fondo tras la cual ella se desvaneció.
En aquel momento, tras una sacudida de mi cuerpo, empecé a sentir el helor del agua y el galopante corriente sanguíneo que retumbaba en mi cabeza me hizo reaccionar con ímpetu, algo que ayudó a que mi mente se despejara y a que abriera los ojos por completo. La fuerza regresó a mi cuerpo a golpe de adrenalina al igual que mis deseos de salir de aquel lugar, por lo que nadé con todas mis fuerzas hacia la superficie siendo consciente de que posiblemente me ahogase en el intento.
Pero fui capaz de llegar, de aferrarme a la madera del muelle con mis uñas y asomar la cabeza para coger el aire que tan abundante me pareció en su día. Salí del agua a rastras y aun exhausto me erguí, recogí la tubería con la que había sido golpeado que aun conservaba mi propia sangre. Anduve algunos metros hacia la embarcación que aun no había zarpado y aquel que había sido mi amigo hasta hacia poco se sorprendió de verme allí, de pie, chorreando de agua, con la cara ensangrentada y sosteniendo una tubería de manera desafiante.
– Te voy a contar una historia, pero no creo que te guste cómo acaba – le dije antes de terminar lo que él había empezado.
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