Cuando ya creía haber dejado atrás los días en los que mi vida corría peligro (salvo por el tráfico diario), llegó, de nuevo, mi ex-compañera de prácticas a poner fin a esa tranquilidad.
Estuvimos dando una vuelta por la playa de Alicante que, contra todo pronóstico, albergaba unas aguas tranquilas como si de un lago se tratase. Algo de lo que se lamentó en voz alta mi ex-compañera de prácticas, que perdió la oportunidad de arrojarme al impetuoso mar que suele arremeter sobre las rocas.
Pero no le faltaban recursos. Con la excusa de obtener una mejor vista de la playa fui conducido a un puente oxidado, deshecho, tambaleante y suspendido a 20 metros sobre una carretera de doble carril y doble sentido. Me hizo pasar hasta una segunda vez cuando había más gente y, por tanto, más peso sobre aquel hierro oxidado alicantino en el que ella daba saltitos para ver si cedía.
Al quedarse sin recursos que hiciesen de mi muerte algo accidental y trágico, como último intento probó con una horda de motoristas que, por suerte, pude eludir y no me extraña, porque a ver quién se aclara por las calles alicantinas 😛 .
Finalmente fuimos a tomar unas coca-cola’s y, como viene siendo habitual, la misma mujer mayor de siempre, gitana y con las rosas más que marchitadas y deshechas nos estuvo increpando durante 10 minutos de reloj para que le comprásemos una. Mi ex-compañera de prácticas se mostró impasible, con ojos pétreos y apunto estuvo de retarla a duelo a muerte sino llega a ser que la mujer se acobardó y, mientras nos maldecía, se marchó hacia un grupo de turistas.
A cambio de tanta tensión me llevé a casa un recuerdo de Granada, lo que viene a ser una pie–dra, pero especial, al igual que todas las que me regalan 🙂 . Esta tenía un motivo característico en azul y un potente imán en su parte posterior que espero que no cause efectos secundarios…si es que después de los inocentes caramelos no me puedo fiar 😛 .
De todas formas, no me explico como aquel domingo pudo acabar sin víctimas…
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