Suelo caminar unos 20 minutos por la mañana para llegar al trabajo. Tras la experiencia de algunos años, he optimizado mi itinerario para coordinar semáforos y pasos de peatones y, de esa forma, detenerme lo menos posible. Durante dicho trayecto y a mi paso ligero, no estoy acostumbrado a que me adelante nadie. Pero siempre encuentras la excepción.
Últimamente me he encontrado a una mujer mayor (de 50 años para arriba), cargada con una bolsa llena de materiales metálicos que, en los últimos 8 minutos de mi camino, me adelanta. Su elaborada estrategia se basa en correr con pasos cortos pero rápidos hasta ponerse unos metros delante de mi y entonces ponerse a caminar a un paso mucho más lento. Al cabo de unos segundos, cuando estoy justo detrás, cogiendo rebufo y apunto de iniciar el adelantamiento, ella me detecta con su vista periférica y cambia a modo corre-corre-que-te-pillo alejándose de nuevo unos metros de mi.
Me incordia bastante porque no hace más que retrasarme, ya que tengo que aguardar detrás de ella, a su paso tortuga, hasta que puedo iniciar un nuevo adelantamiento. Así que, cuando me canso de probar a buscar puntos ciegos en su visión periférica (la muy lista me escucha y gira la cabeza), aprovecho su punto débil: su turbo boost tiene límite de tiempo, no puedo correr durante más de 10 segundos, tras los cuales necesita reestablecerse a paso más lento. Sabiendo esto, cuando veo la oportunidad hago un amago de adelantamiento, con lo cual ella se pone a correr durante unos segundos ganándome terreno, pero yo aprieto el paso al máximo durante el tiempo suficiente para conseguir adelantarla cuando se ha quedado sin turbo boost.
El resto del camino, con miedo a lo que pueda hacerme con la bolsa de metales que lleva, voy lo suficientemente rápido para que no me alcance y acabo llegando demasiado pronto al trabajo.
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