Una camisa dos tallas más pequeña reteniendo las carnes rebeldes, desafiando el efecto caída producido por la gravedad y llevando al límite toda la física teórica existente sobre la unión entre átomos. Aquello parecía una olla a presión a punto de estallar, de poner en órbita los botones que sellaban aquel engendro de carnes apretadas.
Cada gesto y cada movimiento ponían en tensión a todo aquel que estuviese en la misma sala, no únicamente el tejido de aquella súper camisa, una camisa que lloraba y gimoteaba produciendo un sonido ahogado de desgarramiento.
Sobreviví, pero alguien debió decirle que una camisa no tiene la misma función que una faja.
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