En episodios anteriores describí cómo algunas prendas eran expuestas a fuerzas extraordinarias sin inmutarse. Sin embargo, hoy os traigo un caso en el que esta resistencia ha sido vencida y, para más inri, lo he vivido en mis propias carnes, literalmente.
Uno de los remaches de mi vaquero salió disparado a velocidad de vértigo, surcó varios metros hasta impactar contra el suelo, por el que se deslizó con vehemencia intentando frenar a través del rozamiento con la superficie.
Mientras miraba con curiosidad cómo trazaba un arco en el aire y me preguntaba que ecuación podía describir mejor su movimiento, me percaté que aquello debía ser causa de la presión de mi persona (en estado sólido) sobre el pantalón vaquero. Ello podía ser un claro indicio de que mi masa corporal había excedido con creces lo soportado por aquella prenda, es decir, que podía estar más rollizo de lo normal.
Pero, para tranquilidad de todos, fue sólo causa de mi última costumbre de medio-poner las manos en los bolsillos, que ejerce presión sobre el pobre remache que se sitúa al final del mismo.
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