En las peluquerías no me quieren y eso que les podría dar mucho trabajo, pues mi cabellera parece querer perdurar pegada a mi durante mucho tiempo (nos tenemos gran aprecio).
Pero parece que me tienen un poco de odio y me lo trasmiten de forma física con agresiones hacia mi persona. Quizás por ello tardo tanto en vencer mi miedo e ir a cortarme el pelo. Por ahora llevo dos ataques con el secador, una con navaja y otra con tijeras.
Las incidencias con el secador fueron golpes en la cabeza en el agitar del peluquero, relativamente molestas pero que en seguida te ponen en guardia, eliminando cualquier resquicio de adormilamiento que tengas.
La incidencia con la navaja fue un corte en la parte posterior del cuello que el propio peluquero quiso encubrir como si no hubiese hecho nada y como si yo no supiese que me estaba sangrando el cuello a borbotones (quizás no tanto…). Menos mal que sano rápido (a lo Lobezno) y no perdí más que algunas gotas de sangre.
Y, por último, me hundieron la punta de las tijeras en la zona de las patillas, a lo que el peluquero me dijo, tras unos segundos de mirar la zona afectada: «Mmm, parece que no ha habido corte, quizás por eso redondean las puntas de las tijeras».
Así que ya sabéis, una persona que se dedica a cortar cosas no es de fiar, en cualquier momento se le va de las manos o tiene un mal día y tú estás ahí, pensando en lo bien que te hubiese quedado el pelo largo y hecho un revoltijo.
Aunque, cuando te lavan el pelo con masaje de cabeza te quedas tan a gusto…
Comentarios recientes