Una noche que transcurre con tranquilidad, pero que te mantiene despierto, sumergido en un sin fin de recuerdos, enfrascado en un pasado que da vueltas sobre sí mismo para acabar como tu presente. Cambios lógicos, sorprendentes, irónicos o sin sentido te llegan a la mente, muchos de ellos ni siquiera han formado parte de tu vida a pesar de haber estado presente; probablemente por ello no te arropan lo suficiente para poder cerrar los párpados y descansar.
Giras la cabeza sobre la almohada intentando encontrar una postura más cómoda y ahí sigue esa sensación de esperar algo, de estar aguardando un cambio que nunca llega, que te mantiene en alerta pero no sucede nada. Puede que no sepas qué es lo que esperas o que no esté en tu mano el poder hacerlo, por ello no puedes buscarlo, sólo puedes dejar pasar el tiempo.
Tu pequeño plan para salir de ese estancamiento parece no dar frutos y la desilusión se empieza a convertir, poco a poco, en un sentimiento de derrota con ligeras pinceladas de conformismo que hace crecer ese ferviente deseo de que el tiempo pase, de que los acontecimientos lleguen y que no te veas excluido de ellos, que nadie te arrebate lo que vienes anhelando desde hace tiempo.
De un momento a otro quedas sumergido en las tinieblas de los sueños febriles, divagando entre extrañas situaciones recurrentes que no hacen más que agotar tu mente para, horas más tarde, despertar cansado, asqueado por no haber sido capaz de conciliar un sueño normal y a tener que enfrentarte de nuevo a un día, muy probablemente, tan vacío como el anterior.
— Llénalo – te dices a ti mismo mientras sonríes en la penumbra de la mañana.
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