Sin aliento y con el pulso tembloroso, sin saber si es el efecto de la adrenalina o el esfuerzo de haber bajado tres plantas en tres segundos. Pero qué más da ahora, el tipo está en el suelo, rogando con la mirada porque no le salen las palabras de la boca. Sabe lo que ha hecho, sabe a quién se lo ha hecho y sabe las consecuencias de haberlo hecho, es prácticamente un fantasma que, por unos segundos, aún puede percibir nuestro mundo.
Estrello mi puño sobre su pómulo sin que sea capaz de reaccionar a tiempo para cubrirse la cabeza y ésta rebota sobre el suelo con un ruido seco. Antes de que pueda si quiera coger aliento lanzo otro puñetazo que le hunde el pecho. Percibo el quebrar del esternón y la sangre, junto a lo que parecen algunos dientes, irrumpe en la escena. Mientras su cuerpo yace en el suelo indeciso, sin saber si morir bajo la asfixia de su propia sangre o por el fallo cardíaco de un corazón literalmente roto, yo ajusto el rendimiento del sistema hidráulico de mis implantes, no quiero ser tan drástico con el siguiente.
«Me ha tomado tres años pero, uno por uno, todos cobrarán su jodida deuda y yo podré volver a dormir tranquilo.»
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