Mi hermana mayor siempre se ha aprovechado de mi ineficaz visión periférica para endosarme las tortas, y es que no las veía venir. La muy simpática se reía mientras me daba la torta de broma.
Pues los años pasan y ella ahora tiene un hijo, un tal Champi que no se puede estar quieto. Según me cuenta mi hermana pequeña, de vez en cuando le hace cogerlo en brazos y, desde esa altura, mira para una lado y para otro y, si no ve nada que le entretenga, le suelta un guantazo en la cara a mi hermana. Parece ser que ni si quiera haciéndote el dormido te libras, porque también te suelta sopapos en la cara para despertarte mientras le entra la risa nerviosa.
Pero ahí no queda el asunto. Cuando tiene la posibilidad te escala, te muerde la barbilla y agita la cabeza de un lado para otro como si fuese una fiera que ha atrapado a su presa. Para que no se preocupe mi hermana pequeña, le he dicho que no se lo tenga en cuenta, que mientras no le muerda con sus prominentes encías la yugular está a salvo.
Por otra parte, voy a tener que hacer un estudio sobre la posibilidad de que la violencia se transmita por herencia genética, porque las similitudes entre mi hermana mayor y el trasto peque son enormes en ese sentido.
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